Hemos aprendido a lo largo de nuestra vida, a sacrificarnos por las personas a quienes queremos, anteponiendo las necesidades ajenas a las propias, como un «acto de amor verdadero».
Cada vez que renunciamos a algo que queremos, deseamos o necesitamos, por complacer a otra persona, lo que hay detrás de ese comportamiento es la creencia de que cuidar de uno mismo está mal.
Hemos aprendido que una persona buena, educada y amorosa piensa primero en los demás, y debemos ceder ante las necesidades ajenas para no caer en desgracia de ser cuestionados o juzgados.
Así,
Esto ha ido condicionando la forma en la que creemos que debemos comportarnos. Si soy una «buena persona» y priorizo las necesidades de los demás a las mías propias, recibiré la aceptación, el reconocimiento y el amor de los demás. De esta forma, entendemos que el amor debe llegar desde fuera.
Pero esta manera de amar provoca que esperemos que los demás respondan exactamente como lo haríamos nosotros, es decir, renunciando a sus propias necesidades para cubrir las nuestras, convirtiéndonos en personas tremendamente controladoras e inseguras.
¿Y cuando no lo hacen? Pues no sentimos mal queridos, engañados e incluso utilizados. Necesitamos que renuncien o que se sacrifiquen por nosotros, porque nosotros renunciamos y nos sacrificamos continuamente. Y cuando no lo conseguimos, nos sentimos muy desdichados.
Debemos aprender a reconocer y a permitirnos el complacer necesidades propias, independientemente de las necesidades o deseos de los demás.
Y no, eso no te convierte en peor persona, peor madre/padre, hijo/a, amiga/o… Muy al contrario, es la muestra de amor más pura que podemos tener hacia nosotros mismos. Aprovecha la oportunidad de cuidarte amorosamente para ser feliz.
Cuánta verdad.. Querernos y complacernos a nosotros mismos es hacernos un gran favor. . Y al fín y al cabo, todo ello al final se proyecta a los demás.